martes, octubre 10, 2006

.Leyenda de un hombre que quizo cambiar.

Increíblemente saltó la valla y cayó de bruces al suelo. Sus manos sintieron el frío del agua que yacía desparramada debajo suyo, y por un instante olvidó su objetivo y nada más tuvo sentido. Unos segundos después, volvió a ser Él.
Él, con sus responsabilidades, sus mañas, sus características y cualidades personales, volvió a la Tierra, y se acordó.
Se acordó de que su destino estaba marcado, de que era mentira lo que le habían dicho sobre el futuro autoconstruído...que los cuentos con finales felices en realidad no tenían sentido y que por más que buscara, nunca encontraría el oro al final del arcoiris.
Él pensó en levantarse y seguir corriendo, en seguir luchando por aquello que más anhelaba, en nunca darse por vencido (como las leyendas de fantasía contaban).
Pero no podía. Ya no tenía su verdad, sabía que seguir avanzando en ese camino de ladrillos amarillos nunca lo llevaría a su encuentro con el castillo de su mago cumple-deseos personal, que no existía un hombre de hojalata con corazón de león y cabeza de espantapájaros que lo acompañe, y que se había olvidado los zapatos de cristal en otro lado.
Su única espada era la lucha, redundantemente. Y su única princesa había quedado en otro tiempo, rodeada de otras historias más interesantes de contar que la de Él.
Sin embargo, Él seguía buscando su sueño de ser, su afán de triunfar, su vicio de demostrarse. El por qué ni Él lo sabía. Pero seguía incansablemente avanzando.
Él miró el cielo, de un azul profundo ese día, y dejó que su mente se vaciara. Deseó ser otra persona, en un lugar distinto y con otras preocupaciones. Vivir en ese mundo, su mundo, no era nada fácil. "En otros tiempos las cosas eran menos complicadas", pensó Él, recordando las historias de antaño que le había contado su padre. Antes de éste presente, en el anterior pasado, sólo bastaba con armar una batalla campal para conquistar tierras y tener mujeres y dinero para ser feliz. Pero en éste presente las tierras ya no se conquistaban con batallas sino con acuerdos escritos entre monarcas, a las mujeres había que complacerlas y el dinero no era tan fácil de conseguir. "Al final del arcoiris...¿cómo pude haber caído en ese engaño?" pensó Él.
Dejando en segundo plano todos sus pensamientos, una voz irrumpió en Su silencio mental.
-Querido Príncipe...me acaban de informar de que el Leprechaun encargado de cuidar el oro al final del arcoiris tuvo un pequeño inconveniente
durante la noche. Esa es la razón por la cual no lo hemos visto aún. Ha informado que no retomará sus labores hasta mañana al amanecer.-
Él abrió los ojos y vió la figura de un hombre moreno fornido, joven, con la piel curtida por el sol, y que en la mitad inferior su cuerpo tenía forma de caballo. Lo reconoció en seguida, era su fiel compañero de aventuras, Gunthar.
-Vamos Gunthar, sigamos adelante - dijo Él - al fin y al cabo, es bien sabido que los Leprechauns siempre hacen esperar a los descubridores de su tesoro-.
"En otros tiempos las cosas eran menos complicadas...los Leprechauns no se hacían rogar tanto por una pequeña cantidad de oro, y no había que complacer a las princesas llevándoles tesoros que hayan provenido del final de un arcoiris", pensó Él, mientras se alejaba de la valla que
hacía menos de medio minuto lo había hecho caer y así delirar con mundos diferentes.